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POR GUILLERMO ESCOLAR FLÓREZ

La semana pasada tuve una conversación inesperada con Rosalba*, la empleada del servicio doméstico de mi hogar. Ella tiene 43 años, de manera que, de acuerdo con el Plan Nacional de Vacunación, le había llegado el momento de vacunarse. Mi esposa le comunicó entusiasmada que había un puesto de vacunación habilitado, sin cita previa. Con afán, le dijo que saliera hacia allá cuanto antes. Pero, para sorpresa de todos, Rosalba no tenía la mínima intención de inocularse.

Al día siguiente, un poco contrariado por esta novedad, me senté a conversar con Rosalba. Le pregunté con cara de desconcierto a qué se debía esa decisión. Me explicó que no creía en la vacuna, pues su Mamá, quien siempre había gozado de una buena salud, ha tenido varios quebrantos luego de vacunarse. Además, recalcó que eso mismo le había ocurrido a otra persona de su barrio.

Obviamente le expliqué a Rosalba todas las bondades de la vacuna. Le aseguré que disminuye sustancialmente el riesgo de muerte, así como las posibilidades de terminar en una UCI, pues reduce la incidencia de casos graves. Le dije que genera anticuerpos que pueden mitigar la transmisión del virus. Le mostré las estadísticas y, mirándola fijamente, le informé que todo lo que había dicho tenía respaldo científico, estaba plenamente demostrado. Alegué que no se trataba de una noticia de barrio, sino de indicadores y políticas respaldadas por todo nivel de autoridades, internacionales, nacionales y locales, así como por toda la comunidad científica. En últimas, le pedí el favor de que no pusiera en riesgo su salud, la de su familia y la de la mía; que se vacunara lo más rápido posible.

El caso de Rosalba no es aislado. Todo parece indicar que son muchísimas las personas reacias a la vacuna, en especial, los más jóvenes. En efecto, según El Heraldo, “la aplicación de los biológicos entre las personas de 80 y más años alcanza el 90,6%, entre los 75 a 79 se ubica en 80,9%, entre los de 70 a 74 es de 79,7%, está en 75,5% entre los de 65 a 69, es de 70,3% entre los de 60 a 64 años, de 60,5% entre los de 55 a 59 años, y de apenas 52,2% entre los ciudadanos de 50 a 54 años”. Por su parte, El Tiempo señala que “entre los 35 y los 39 años, menos del 10% de la población susceptible ha recibido la primera dosis, mientras que entre los 40 y los 44 años apenas se ha cubierto la cuarta parte, y entre los 45 y los 49 años algo más del 33%. Con respecto a las segundas dosis, entre los 40 y los 44 años solo se ha cubierto el 12.1% de la población objeto y entre los 45 y los 49 solo el 13,8%”.

Es muy probable que, por indicadores similares a los anteriores, el presidente Macron haya decidido exigir el carné de vacunación para el ingreso a sitios públicos en Francia. En Colombia, el Plan Nacional de Vacunación es un proceso voluntario. Así se desprende de los Decretos emitidos por el Gobierno durante la pandemia y, en especial, de la Resolución 777 de 2021 expedida por el Ministerio de Salud. El artículo 5º de esta Resolución establece que las personas que decidieron no vacunarse, en ejercicio de su autonomía, deben ser reincorporadas a las actividades de manera presencial.

Con una tasa de aplicación de los biológicos que merodea el 12% en los ciudadanos de 40 a 44 años, y previsiblemente peor para los más jóvenes, parece prudente revaluar el carácter voluntario de la vacunación en algunas actividades. Por ejemplo, en el marco de las relaciones de trabajo, se debería exigir el certificado de vacunación. Esto, al menos para los trabajadores que hayan alcanzado la fase de vacunación, o que puedan ser vacunados por gestiones directas del empleador. No tiene ningún sentido dejar pasar la posibilidad de vacunarse, tal como ocurre en muchos puntos de vacunación hoy desolados, y exponer a un mayor riesgo de contagio a los compañeros de trabajo.

Es un hecho irrefutable que a mayor número de vacunados menor riesgo de contagio. En la medida que ese riesgo se pueda disminuir cada vez más, mucho mejor. La vacuna es el mecanismo más efectivo para lograrlo. Así las cosas, el certificado de vacunación debería ser obligatorio en los casos antes planteados. Presentar el certificado, una vez exista la posibilidad de vacunarse, convendría que fuera una obligación para reincorporarse a actividades laborales. Su incumplimiento, tal como ocurre en eventos similares, debería acarrear las consecuencias previstas en el Código Sustantivo del Trabajo.

Para quienes piensan que con esta medida se afectaría el derecho al libre desarrollo de la personalidad, hay que aclarar que se trataría de un requisito para reincorporarse al trabajo, y no de la obligación de vacunarse. Por tanto, si una persona definitivamente no considera oportuno vacunarse, podrá mantenerse en su decisión. Lo que no podría es seguir vinculado laboralmente con su empleador. El derecho al libre desarrollo de la personalidad debe ceder ante un problema de salud pública que afecta a toda la humanidad.

1 Comment

  1. esperanza dice:

    Estoy totalmente de acuerdo con su comentario que adjunto a mi opinión, puesto que soy una persona adulta mayor, que sigo manejando mi empresa pero sigo siendo vulnerable al covid 19 y mis dos únicos empleados no quieren vacunarse.

    «Para quienes piensan que con esta medida se afectaría el derecho al libre desarrollo de la personalidad, hay que aclarar que se trataría de un requisito para reincorporarse al trabajo, y no de la obligación de vacunarse. Por tanto, si una persona definitivamente no considera oportuno vacunarse, podrá mantenerse en su decisión. Lo que no podría es seguir vinculado laboralmente con su empleador. El derecho al libre desarrollo de la personalidad debe ceder ante un problema de salud pública que afecta a toda la humanidad.»

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